viernes, 30 de marzo de 2007

Vancouver y las soledades de los exilios existentes e imaginarios.

Vancouver es vidrio. Vidrio color edificio. Vancouver es agua, mucha agua. Vancouver es montaña y bosques inconmensurables, pero también es TCH y soledad. Sobretodo soledad. Y es húmeda, una soledad húmeda que embarga la ciudad y que vive bajo la sombra de la duda, una metrópoli húmeda como si viviéramos entre las piernas de una ninfómana, el agua casi siempre viene desde arriba en forma de pequeñas caricias frías. Miles de astillas de espejo que caen reflejando las nostalgias de los exilios y las tierras abandonadas o retratan los sueños de ciudades futuras. Mil dolores pequeños.
Los callejones se llenan de charcos canallas que son pisados inmisericordemente. Vancouver es la libertad que equilibra el sentido del distanciamiento. Libertad de fumar marihuana en las calles y los mismos sexos tienen uniones legales. Es el sexo multicultural, coitos en diferentes lenguajes y combinaciones obtusas. Es la libertad de ser estrafalario. Vancouver es la ciudad que espera la destrucción entre sus placas tectónicas. Las drogas que se quedan atoradas en el puerto y se distribuyen entre los rincones abruptos de la parte este de la ciudad en donde las sombras se escurren por las sucias trastiendas entre adornos de preservativos usados y jeringas infectadas con enfermedades mortales. La pobreza se asoma entre promesas políticas y programas sociales, pero el sol entra chiquito entre las grietas donde se esconde el crack imaginario. Paranoias en do menor. Esquizofrenia en tonos mayores, voces que se entremezclan con las de las autoridades represivas. Contradicciones de la libertad. Vancouver es la tierra nativa con aires intoxicados de cerveza y brillo de luna etílica. El opio de los antepasados. La Tierra robada a la naturaleza.
La última sonrisa femenina viene siempre acompañada de agua salada, vamos acumulando kilómetros e historias, capítulos inconclusos, círculos no perfectos, luces que no se apagan, televisores que se encienden solos, fragmentos de vida capturados en papel mate, ondas que circulan por las soledades de Vancouver, mi voz en un altoparlante desconocido, el sabor de la vulva femenina que se va junto con el monte venusino canoso con mi esperma borracho, líneas calientes con psíquicos, la yerba que siempre fluye, hambrientos y sedientos en preámbulos apocalípticos, la letra impresa revoluciona, el ciberespacio nos unirá a todos en contra del imperio del mal. Más o menos así va la vida. Vivir del aire; con las mujeres de Vancouver que se lamen las heridas de la soledad y la incapacidad de formar una relación estable con los hombres necios de regiones frías; y nosotros tan disfuncionales. Yo sigo en mi cueva blanca con ilustraciones mate, rejas entre el callejón y el humo del puro. Hasta que el vino reemplace la sangre.
Hasta que el vino reemplace la sangre.

OSWALDO PEREZ CABRERA

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