jueves, 10 de mayo de 2007

Tejedores de Nubes

Tejedores de nubes

El destino es una trampa implacable que nos lleva a transitar caminos insospechados. Muchas veces con un destino casi terminal. Casi…

Las carreteras a veces están construidas, otras veces son de tierra e inexistentes en los mapas. Otras más son las carreteras de la vida, invisibles, pero transitables. Inimaginable lo que se puede encontrar en los reinos de las nieblas.

La carretera por la que transitábamos es una serpentina interminable, escala queriendo confundirse entre las nubes, serpentea entre bosques violados y tierras desgarradas por la mano del hombre. Cadáveres a los lados de la carretera, sueños al borde del camino, sueños del mar, porque las carreteras generalmente acaban en el mar, a veces se quieren fundir con la costa y la siguen por las orillas de la tierra.

A veces hombres se desvían del destino y se quedan a la mitad del camino, se internan en los bosques inescrutables y se asientan formando pequeñas comunidades en las inmediaciones de algún río o lago escondido. Allí, alejados de la contaminación social, se forman otras costumbres y formas de convivencia. Las religiones se tergiversan y las morales se distorsionan. A veces son expuestos a especies que nadie antes había visto, especies que se escabullen entre la frondosidad para sólo salir cuando la ocasión lo amerite.

Hay carreteras a medio construir, hechas sin concreto, cubiertas de polvo y terracería que generalmente conducen a algún parador solitario, alguna propiedad aislada o hacia alguna de estas comunidades bizarras. Hordas perdidas en esquinas insondables del globo terráqueo.

Así subimos por una de estas laderas que parece que subirán hasta el firmamento.

Al final de la montaña es que encontramos a los tejedores de nubes. Los escuchamos componiendo melodías aurales, muros de sonido que se confunden con los vientos del norte, tan ralo a estas alturas.

Los tejedores de nubes pertenecen a una raza extraña, de tamaño que alcanza los dos metros por lo general, de cabellos blancos al igual que sus ojos platinados. Claman ser los primeros albinos. El sol se refleja cegando a los que los miran de frente, sus cuerpos son blancos y el sol los quema de un modo particular. Su piel se hace plateada.

Nosotros llegamos una mañana brillante de primavera tardía. Estábamos buscando algo de aventura en los rincones más recónditos de la tierra. Esas esquinas no exploradas. Huelga decir que nada más acercarse a su ciudad encaramada, una barrera de niebla densa se comienza a sentir y la respiración se hace más húmeda y fresca. El frío parece ser una constante de estas altitudes. Los sonidos los podríamos clasificar como ondas sónicas, vibraciones que salen de las gargantas de los tejedores de nubes que se mezclan con el viento amalgamando los sonidos que van cambiando de nota dependiendo de las superficies y huecos por donde éste pase.

Las calles son empedradas y están mojadas casi todo el tiempo. Las casas tienen techos altos y son rústicas, las nubes salen de muchos de los ventanales y chimeneas. Nubes recién nacidas de las manos de los talentosos habitantes de este reino de los cielos quienes son recompensados por su importante labor. El procedimiento para fabricar nubes es un misterio y es guardado con el mayor hermetismo. Se cree que son recetas heredadas de los dioses cuando habitaban en el realmo de los ángeles. Otros afirman que aquí habitan los maestros de la Alquimia quienes han sobrevivido durante siglos después de hacer un pacto secreto con algunas logias secretas que manejan el poder en el mundo. Los verdaderos encargados de tomar las decisiones en el mundo.

Era la primera vez que veíamos a estos humanos que eran conocidos con el nombre de Fíflömegir. Sus manos eran grandes y sus uñas daban la impresión de estar afiladas. Sonríen poco realmente. Parece que huyen de los espacios exteriores por lo que las calles son angostas y escarpadas. Nosotros los observábamos desde el coche aparcado al borde de una especie de mirador nada más entrando al pintoresco pueblo asentado en el pico de la montaña. Entre ellos hablan un idioma raro que podría ser pariente del islandés. Estuvimos absortos durante horas disfrutando el paisaje y viendo desfilar las recién creadas nubes de formas obtusas y lineares; onduladas, desgarradas, esponjadas, densas y ligeras.

Las nubes de tormenta son creadas en otro pico que se ve a lo lejos desde donde estamos, los relámpagos se ven como pequeños flashes a lo lejos. Parece que allá viven inmersos en una oscuridad casi total. Aquí es más claro.

Salimos de carro todavía inocentes a los que pasaría con nuestro destino, con un hambre atrasada. Entramos a una taberna local en busca de comida y alojamiento ya que la noche empezaba a caer sobre estas regiones inhóspitas. El hostal parecía atrapado en el tiempo. Mesas grandes de madera gruesa, una barra grande y botellas exóticas. En el bar sólo había un par de personas que nos veían fijamente con sus ojos blancos. Pedimos cerveza al tabernero que nos sonrió de manera extraña entre preocupado y alegre. Pensé que su reacción se debía a que parecía que alguien había bajado el telón sobre el pueblo y el viento comenzaba a silbar con fuerza.

Nos recomendó quedarnos en un par de habitaciones que tenía en el hostal. El tiempo empeoró en cuestión de segundos. Parecía que estábamos debajo de una cascada. Uno de los hombre lanzó una maldición diciendo que la gente del Kauptún de Fjöll donde viven los hacedores de tormentas siempre les mandaban grandes cantidades de nubes negras por las noches para atormentarlos literalmente. Los habitantes de este pueblo se autodenominaban eldfjöllers y simplemente utilizaban la energía negativa de los hacedores de tormentas en crear energía a través del agua que caía a cubetadas desde los cúmulos y crearon ríos que bajaban hasta los océanos a miles de metros debajo de estas colinas encantadas. Las supersticiones dicen que los Fjöllers estaban embrujados y se transformaban al llegar la noche cambiando la naturaleza buena de su personalidad en algo macabro y malévolo que los hacía crear todas estas tormentas. El cantinero nos dijo que era una raza de licántropos.

La cerveza tenía un sabor un poco amargo, como viejo. Todo en esta zona parecía antiguo y misterioso. El menú realmente contenía tres platillos con nombres ininteligibles. Manneskj era la palabra común en todos los platillos. Imaginábamos que sería algún tipo de animal que vivía en lo escarpado de estas regiones. Se nos informó que era una carne deliciosa y que sería ideal para recuperar nuestras fuerzas del viaje y poder seguir adelante en nuestras expediciones. El sabor de la carne era fuerte y casi intragable, pero con el hambre que teníamos, dejamos los huesos del cocido.

Yo pensé que sería el cansancio lo que me hizo alucinar y tener aquellas pesadillas. Tal vez el pequeño cuarto o la cama de madera en la que apenas cabía. No sé si por las leyendas de estos Fjöllers-lobo o el extraño aspecto de esta raza de los tejedores de nubes. Al final soñé que me perseguían lobos albinos y me escabullía entre una formaciones rocosas afiladas hasta llegar al borde de un precipicio en donde me convertía en un ave que volaba por acantilados azules desintegrándome ante el viento cortante que hacía pedazos mi piel. Desperté empapado en sudor. Todavía estaba oscuro y los truenos cimbraban el edificio, la náusea fue la primera sensación. Cuando los ruidos de mi vómito cesaron escuché lo que parecía ser un grito.

Bajé las escaleras todavía sintiéndome mareado, las escaleras estrechas eran casi como una trampa mortal. El bar estaba vacío. Tras la barra había una trastienda en la que nunca me imaginé lo que presenciaría. Esa visión ha sido la más horripilante que he visto en mi vida. En lo que sería la cocina del lugar vi partes del cuerpo humano en diferentes frascos. Manos, brazos, pedazos de carne, todos en frascos de conserva como listos para ser cocinados. De pronto escuché un grito ahogado que venía del frigorífico. Al abrir la puerta blanca vi los cuerpos de mis acompañantes colgados de unos ganchos como si fueran ganado en el matadero, sus cuerpos chorreando de sangre, dos carniceros albinos voltearon con sus ojos blancos y sus dientes afilados, la sangre también escurría de sus bocas, parecía que se habían transformado en algo horrible, una aberración de la naturaleza. Me di cuenta que lo que habíamos comido era carne humana. Su dieta estaba basada en el canibalismo. Creo que ellos tardaron más en darse cuenta de que estaba yo allí parado petrificado ante el monstruoso espectáculo que yo en reaccionar y salir corriendo entre las mesas. Las puertas y ventanas estaban cerradas y de afuera la tormenta golpeaba el hostal parecía mucho más amigable que los humanoides que me perseguían como convertidos en demonios. Las puertas estaban cerradas así que desesperado subí las escaleras sintiendo que sus manos alcanzaban a rozar los talones de mis pies. En uno de sus intentos por tumbarme de las escaleras uno de ellos resbaló imposibilitando el paso al otro carnicero. Entré a mi cuarto que era el único refugio que pude pensar atrancando la puerta con una silla. Los eldfjöllers comenzaron a golpear a forzar la puerta con uno de los cuchillos, yo veía como la vetusta chapa de la puerta cedía fácilmente ante sus golpes. No estaría a salvo por mucho tiempo.
La ventana de madera estaba abierta por lo que salté hacia el empedrado desde un segundo piso. Era la única salida. La desesperación se apoderó de mí al imaginarme que podría servir de alimentos a una raza de caníbales. Caí sintiendo un gran dolor en mi pierna derecha. Me incorporé viendo a mis atacantes asomarse por la ventana, comencé a alejarme en medio de una lluvia torrencial que hacía que el agua formara un pequeño arroyo por las calles empedradas. Mi única salvación era escapar por las montañas ya que las llaves del coche seguramente estarían en algún basurero. La imagen de mis amigos siendo devorados por esta horda de salvajes tejedores de nubes se implantó en mi mente y pensé que sería imposible que nadie supiera de sus costumbres antropófagas. Era tal vez un acuerdo tácito entre los líderes de nuestro mundo y los líderes de su mundo. Como en la época de los antiguos en donde los sacrificios humanos eran comunes para apagar la ira de los dioses. Estos semi dioses aún conservaban estas costumbres milenarias culinarias, tal vez por las creencias de que el que consume carne humana adquiere la fuerza del mortal que acaba de consumir. YO tal vez adquirí la fuerza del hombre o mujer que tuvimos por cena. Ya que, a pesar de cojear logré escapar a un ritmo bastante aceptable entre las viejas casonas. Me daba la impresión de que la gente se asomaba entre los agujeros de las ventanas de madera para seguir mis pasos por el poblado maldito. Al final me escondí en lo que sería un pequeño callejón ya casi a las afueras de la ciudad. Los truenos eran como bombas que caían sobre pararrayos instalados en las copas de los árboles más altos, como si fuera un bombardeo diario, una guerra entre montañas, entre licántropos divinos o demoníacos. Las ropas y el frío me pesaban en el alma. Estaba resignado a no poder más y ser asesinado esa noche. No parecía una buena noche para morir. Con el amanecer seguramente alguien me descubriría, además que los dos hombres habrán dado la alarma de que se les escapó la delicia culinaria. Tenía que salir del pueblo maldito a como diera lugar. Así que empapado traté de escurrirme entre las callejuelas hacia el cobijo de la naturaleza.

Casi al salir del pueblo bajo la tenue luz del sol que despuntaba entre la densa niebla vi unas figuras que tomaban forma ante mí acercándose amenazantemente. Corrí hacia la casa más cercana y atranqué la puerta al entrar. Estaba perdido, la casa estaba rodeada por mis depredadores quienes me animaban a salir prometiéndome que mi vida cesaría sin dolor alguno. Serían misericordes conmigo si deseaba entregarme sin más a ser la víctima de la cadena alimenticia. Arriba estaba una máquina tejedora de nubes. Mientras mis atacantes golpeaban la puerta yo veía asombrado una máquinaria extraña con una materia prima tangible que flotaba en el aire, como ectoplasma.

La casa estaba al borde del pueblo, junté toda la cantidad de materia prima que había en el cuarto de tejido, si la materia flotaba tal vez podría ayudarme a flotar por encima del pueblo hasta estar seguro en algún paraje de la naturaleza. Por encima se veían libros antiquísimos que parecían manuales de magia. Me hubiese gustado llevarme algunos. Me despojé de mis ropas mojadas para tener menos peso e improvisé una nube que me sirviera de escapatoria. Recé porque funcionara, tal vez las nubes sin agua podrían soportarme lo suficiente. Esperé a que cayera la puerta ante sus embates y corrí saltando por la ventana enredado sobre esta sustancia extraña, nubes crudas que para mi sorpresa me llevaban por los aires por encima del pueblo, la vista era impresionante y me llené de una felicidad indescriptible al ver a los humanoides mirándome estupefactos como sobrevolaba por su pueblo de mierda. Pero sin control y con mucho peso la gravedad comenzó a ganarme y la hechiza nube a desintegrarse, comencé a sentir pánico y no había forma de bajar, estaba flotando hacia el vacío sin ninguna superficie cercana, el pueblo se quedaba atrás pero ni siquiera podía verlo porque quedaba a mis espaldas y estaba agarrado con las uñas a los últimos reductos de la nube que enredada a mí acabó por deshilacharse enviándome al vacío a una velocidad vertiginosa.
Yo caí desde la nube más alta deshaciéndome en el camino, llegué transformado en agua de lluvia mojando el alma vacía de nuestro mundo podrido.

Oswaldo Perez Cabrera

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