lunes, 23 de abril de 2007

Cuando llego la guerra...

Cuando llegó la guerra...
Cuando llegó la guerra yo ya estaba resignado a morir. Cansado de estar luchando en contra y a favor de ideales muertos, cansado de la indiferencia de la gente que sólo cuando pasa algo desastroso en su casa se preocupa y quiere cambiar el mundo y que todos se fijen en su desgracia. Resignado a ver que hay del otro lado de la vida. Cuando llegó la guerra yo ya estaba cansado de esperar y de rezar a una energía sorda; ese cansancio que te degüella el alma y te hace más hiperactivo. Tu cuerpo produce una sustancia que te calienta por dentro y primero te provoca ansiedad e ira. La impotencia se apodera de ti y te quieres escapar a otro país, te sientes perseguido, no sabes que hacer y después te resignas. Piensas que el destino ya se encargará de todo y que de que sirve luchar guerras que no son tuyas y aunque fueran, ¿De qué sirve luchar guerras para conseguir más poder? ¿De qué sirve ya escapar de ellas? hasta que otro día te agarre en otro país diferente. Porque cuando ves a los niños pelear esas guerras ajenas te das cuenta de la podredumbre del sistema y te cuestionas para qué seguir en este mundo tétrico; te das cuenta que el verdadero infierno esta aquí abajo y pienso que tal vez ya morí y esta vida es mi condena; por eso mejor decidí esperar a la guerra y esta llegó sin prisas y sin miedos, sin tabúes ni misericordias, vino a enseñarnos hasta donde es capaz de llegar el humano que tiene el alma ciega.
En que momento mi niñez se hizo vetusta...

Cuando llegó la guerra el cielo se pintó de un naranja enrojecido, lloraba sangre que escurría de entre las nubes y se colaba entre los poros bélicos y los cráteres astillados provocados por el metal humano. Cuando llegó la guerra yo me fumaba las bachas de la amargura parado al pie de la roída puerta. Los árboles se comenzaron a desintegrar convirtiéndose en desiertos tóxicos. La arena se convirtió en diminutas armas y todo el ambiente se terminó de volver hostil. La soledad empezó por comerse los pueblos aledaños en donde dependiendo del dios que nos cuidara nos convertíamos en el enemigo o en el simpatizante; pero al final a todos nos llegará la guerra que dejará sin nada ni nadie que gobernar. Con la guerra llegaron unos vientos apocalípticos que arrasaron con todo. La paz encontraré por fin; todo depende de cuanto se tarde esta nube inmensa de polvo que se avecina a velocidades intempestivas y que va oscureciendo todo a mitad del día. Yo la miro acercarse acompañada de un sonido sónico que revienta mis tímpanos, mi piel arde y un golpe me dejará mi cadáver carbonizado como una escultura de polvo, un monumento más a la estupidez del hombre.

En que momento nuestra niñez se hizo cadavérica...

Oswaldo Perez Cabrera

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