LA CLOACA
CAPÍTULO I
Aquella noche de mi llegada, el pueblo parecía muy tranquilo, como una postal de Buñuel. Era verano y hacía mucho calor, miré a través de la ventana y vi la calle desierta, la soledad, el bochorno y yo. Decidí tomar un baño y salir a caminar.
El pueblo era pintoresco, con calles rectas y bien trazadas, pero angostas y terregosas. La mayoría de las casas eran pequeñas, de un piso, algunas con herrumbre y descoloridas; salvo la del presidente municipal y las de uno que otro comerciante que había hecho fortuna en la región, la mayoría de ellos narcotraficantes que aprovecharon lo recóndito del pueblo para vivir su retiro tranquilamente. De uno de ellos era la posada en la que me alojé, un edificio con escasos cuatro pisos y veinte habitaciones bastante modestas. Mi cuarto tenía una cama individual, una cómoda con un espejo de medio cuerpo y un baño. El tamaño claustrofóbico hacía más insoportable el calor.
Había llegado esa mañana por una brecha de tierra y lodo de unos 50 kilómetros de largo. Me entrevisté con el presidente municipal en su casa ubicada al sur del pueblo y delimitándolo con una zona a la que llaman “La cloaca”; un lugar pantanoso, enmarañado y nebuloso que contrastaba con la sensación de aridez que daba el poblado, un capricho de la naturaleza tal vez. Muchas leyendas se levantaron en torno a la Cloaca: Unos decían que era habitada por una secta diabólica, otros decían que era morada de brujas y los más supersticiosos afirmaban que era el mismo diablo el que vivía dentro...
El lugar ciertamente me provocó escalofríos y una especie de ansiedad, pero mi intención era la de hacerla desaparecer para realizar diversas obras que sirvieran para modernizar aquel pueblo, en donde parecía que el tiempo había detenido su marcha en épocas de Lázaro Cárdenas. Un hospital, una escuela y hasta un balneario eran algunas de las ideas que surcaban por mi cabeza, al fin y al cabo iba recomendado por el gobernador y no me esperaba encontrar con ningún problema.
El presidente municipal se llamaba Anastasio González, era alto, robusto, de rostro solemne y mirada fija, como perdida en el vacío, su voz de mando era franca y dura. Mandó pedir unas cervezas a uno de los peones y ordenó que no se nos molestara, los peones le tenían mucho respeto, un respeto que parecía pavor. Yo encendí un cigarrillo y mientras contemplaba la sala que parecía de la época de Porfirio Díaz, le expuse mis planes dándole varias opciones en busca de un consejo, me puse de pie mientras hablaba y examiné los cuadros de sus antepasados, todos con aquella sombra que parecía cubrirlos y que el mismo Anastasio también poseía. Él me escuchaba con la vista fija en la cerveza sin hacer ningún gesto o ademán que asintiera o reprobara mis palabras, traté de buscar información con frases como: “¿Qué le parece?” pero sólo hacía una mueca de indiferencia como si estuviese loco, frunciendo el bigote en donde se asomaban algunas canas. Apagué el tercer cigarro y concluí con las ventajas que tendría el pueblo con las obras y la desaparición de la Cloaca y con ella los cuentos de superchería, animales, demonios y brujería y esto aunado a una carretera que por fin comunicara al pueblo con la civilización. Se hizo el silencio, yo esperaba impaciente una respuesta, suspiró hondo mientras yo jugaba con la botella de cerveza y me dijo con una voz parsimoniosa y serena:
- Sus planes son muy difíciles de realizar y si me apura imposibles, en primera, ningún peón se adentraría en la Cloaca, y si yo fuera usted tampoco lo haría, me olvidaría de este pueblo y regresaría a la ciudad o me quedaría a vivir de acuerdo a nuestras costumbres. En segunda, todo el progreso del que usted me habla no lo necesitamos, los habitantes del pueblo son felices así con sus supersticiones y leyendas, que a final de cuentas son más sanas que su mundo de mierda y además ¿Quién le ha dicho a usted que son supersticiones? En tercera, desaparecer la Cloaca implica muchísimo dinero, trabajo y tiempo que no estamos dispuestos a gastar. Ustedes lo creen todo muy sencillo, pero es preferible dejarnos así como estamos. Todo tiene una razón de ser y si esta maldición cayó sobre nuestra comunidad es porque así debe de ser, además aquí todos somos muy huevones, así que si se quiere quedar como turista es bienvenido, pero si no, es preferible que regrese a su tierra y se olvide de nosotros.- concluyó dejando interrogantes y un dejo de apuro porque me marchara. Don Anastasio rechazó también todos las propuestas monetarias del gobierno federal y del estado.
Lo amenacé diciéndole que me quejaría con mis superiores cosa que le causó hilaridad. De todas maneras, nunca supe a ciencia cierta quien me había mandado a este lugar, todo fue tan extraño, incluso pensé que me querían alejar de mi trabajo como ingeniero de ciudad.
CAPÍTULO II
Estuve repasando las palabras de mi anterior interlocutor mientras me vestía, me pareció un mal augurio encontrarme con un obstáculo el primer día, un obstáculo que parecía insalvable ya que parecía muy difícil persuadir a la máxima autoridad del pueblo. Además, todos daban la impresión de tenerle miedo a la mentada zona esa.
Chequé mi reloj y marcaba las 9:35. Unos pantalones de mezclilla y una camisa y salí dispuesto a ponerme una borrachera que me relajara y despejara mi cabeza. Bajé las escaleras y me encontré con el recepcionista cuyo nombre era Pancho y además de recepcionista era el milusos de la posada.
-¿Va a salir?- me preguntó extrañado.
-Sí-le contesté- voy a tomar un poco de aire fresco porque este calor está de la chingada mano.
- Aquí nadie sale a esta hora patrón, mejor abrimos un tequila y unas cervecitas y pisteamos un rato antes de que se vaya a dormir, afuera no va a encontrar nada bueno.
Le sonreí haciéndole un ademán de que regresaría después de dar una vuelta. Salí y en efecto las calles estaban vacías, sólo un perro cojo daba la vuelta en la esquina, el cielo estaba despejado, se podían contar miles de estrellas allá arriba y la luna brillaba llena y plateada a un costado de la noche. Caminé cuatro cuadras con la única compañía de un cigarro. De pronto, divisé una silueta al otro lado de la calle, pero al cruzar había desaparecido –pinche costumbre de voltear antes de cruzar-pensé y seguí caminando. Dos cuadras más adelante al doblar una esquina me topé de frente con una mujer, casi la arrollo por lo que me disculpé después de darle las buenas noches.
-Me podría decir en donde está la plaza o algún bar abierto a estas horas, vera, no soy de aquí y quisiera tomarme una copa.
La mujer llevaba un vestido negro y largo; un velo tapaba su cara, se rió y se descubrió la cara mostrando una belleza que combinaba con la oscuridad de la noche, tenía unos ojos negros, profundos y una mirada penetrante que me provocó un escalofrío; sus ojos parecían no tener fondo, tenía unas facciones muy finas incluyendo sus labios delgados como su cuerpo al que parecía que un ventarrón podría quebrar y el cual poseía unas formas bien definidas. Pensé que tal vez estaría guardando luto por algún familiar o amigo.
Me sonrió haciéndome un ademán para que la siguiera, me tomó del brazo y comenzamos a caminar, yo estaba un poco aturdido por la rara personalidad de la mujer que caminaba a mi lado en silencio.
-Es raro encontrar a alguien a estas horas y más raro encontrar algo abierto-dijo después de un par de minutos con una voz grave pero agradable-pero yo conozco un lugar.
-Ya me lo habían dicho. ¿Cómo te llamas? Pregunté un poco nervioso.
-Mabel-respondió simplemente.
-¿Eres de aquí?-mi curiosidad iba en aumento pero ella sólo me sonrió y no obtuve respuesta alguna por lo que no me atreví a hacer otra pregunta.
Pasamos frente a la casa de Anastacio González y alcancé a ver la bruma característica de la Cloaca. Mi nerviosismo se hizo mayor, me daban escalofríos y una ansiedad acompañada con un vacío en el estómago. Ya había sentido esa sensación anteriormente y no me gustaba para nada. A la orilla de la Cloaca llegamos a una pequeña casa que hacía las veces de bar con letras rojas que decía “El Zumbidero”. Entramos. Sólo había diez mesas de madera con sillas plegables, había una rocola y una pareja bailando a ritmo semi lento. También había dos mujeres recargadas en una de las paredes que parecían prostitutas; nos sentamos en la barra y pidió lo de siempre al cantinero; un tipo sucio con la mirada desorbitada como si estuviese desconectado de este mundo. Después nos sentamos en una mesa del centro de la cantina rural y nos trajeron una bebida de color rosado oscuro. Al principio el trago me supo bastante raro, pero no le di mucha importancia y seguimos bebiendo.
Ella me miraba y me sentía como hipnotizado, me dejó que hablara casi todo el tiempo. Lo único que recuerdo que me dijo es que le gustaba dar paseos nocturnos, que nunca había salido de ese pueblo por lo que le platiqué todas las maravillas del mundo, tanto tecnológicas como naturales; me dejé llevar por el entusiasmo como si le explicara a un niño todo lo que hay fuera del lecho materno. Seguí tomando aquella bebida y empecé a sentirme mareado, todo comenzó a darme vueltas, las caras de las prostitutas se alargaban y se agrandaban, reían a carcajadas. Me levanté y me recargué en la barra, me sentía drogado con las piernas sin fuerzas, le pedí a la figura oscilante del mesero un vaso con agua mientras me secaba el sudor y me desabrochaba la camisa. Me empiné el vaso y respiré hondo y pausado para calmarme. Mabel se colocó junto a mí, me tomó del hombro mirándome durante unos segundos hasta que rompió el zumbido que me provocaba el silencio preguntándome ¿Estás bien? Yo asentí con la cabeza, me tomó del brazo y me llevó por unas escaleras angostas rodeadas por herrumbre en las paredes húmedas hasta llegar a una recámara que parecía antigua, las paredes parecían estar cubiertas de algún tipo de tapiz rojo que le daba una sensación de oscuridad sólo alumbrada por algunas velas. Todo lo que pasaba a mi alrededor me daba la sensación de ya haberlo vivido, mi cuerpo se relajó sintiéndose ligero y sin fuerzas, me recosté en la cama y Mabel se sentó al lado mío fijándome esa mirada, en las esquinas de la cama había unos postes que soportaban una especie de carpa de terciopelo rojo que colgaba sobre mí. No sé cuanto tiempo habrá pasado, pudo haber sido un parpadeo o una eternidad, tal vez solo unos minutos que tardé en recobrar el aliento. Me enderecé y la besé, de pronto mi malestar se convirtió en excitación, una descarga eléctrica me impulsó a desvestirla y despojarla de su críptico atavío negro, su cuerpo desnudo era perfecto, su blancura reflejada solo por rayos de la vela con intervalos húmedos, brillantes de sudor. Lamí su cuerpo por algunos minutos tratando de encontrar un sabor que se quedara impregnado en mi memoria para poder recordarla cuando estuviera lejos, después la penetré. Ella no decía nada, sólo miraba frágil y fríamente, no había señal de excitación en ella, pero accedía a mis caricias sin molestia. Su única reacción era su sudor que se me antojaba frío y las contracciones de su vagina al sentirme entrar y salir de ella. Terminé haciéndole el amor somos si fuera un animal en celo hasta que quedé dormido, más bien inconsciente.
CAPÍTULO III
Desperté, miré alrededor pero me fue imposible reconocer algo, solo traía puesto mi pantalón y no recordaba habérmelo puesto, traté de moverme pero mi cuerpo me ardía como si hubiera estado expuesto al sol por mucho tiempo. Además me dolía la cabeza y me zumbaban los oídos –debe ser la cruda- pensé y me recosté. Traté de recordar lo que había sucedido la noche anterior, pero el rostro de Mabel se me escapaba, no podía recordar ningún rostro como si se escondieran en alguna parte de mi cerebro. Estaba sumido en mi pensamiento tratando de desencadenar mis recuerdos cuando la puerta de abrió de golpe sorprendiéndome.
-¡Ah! Ya despertó. Muy bien así me deja limpiar el cuarto.
-¿En dónde estoy?-pregunté.
-En la casa del señor Anastasio González, lo encontraron tirado en la calle esta madrugada, si no es por uno de los peones...-decía al tiempo que salía de la habitación; era una señora gorda y mal encarada, tal vez alguna sirvienta.
Me levanté. Bajé unas escaleras de madera y reconocí la amplia sala, me dirigía hacia una puerta cuando me detuvo la voz del presidente municipal.
-¿No se queda a desayunar?
-No gracias, daré una vuelta por la cloaca-salí lo más rápidamente posible a pesar del tentador aroma proveniente de la cocina. No llevaba camisa.
-Allá no va a encontrar nada, no sea necio-fue lo último que alcancé a escuchar.
Llegué a la posada, saludé a Pancho al cual vi de reojo pero me pude percatar de su cara de asombro. Subí rápidamente a mi cuarto, me miré en el espejo, todavía me sentía mareado y sin fuerzas. Me metí en la ducha para tratar de refrescarme, me metí en la tina y sentí arder como pequeñas heridas en mí cuerpo y repentinamente brotó un hilillo de sangre de mi cuello, me quedé pensando mientras el agua se teñía de carmín. De pronto me entró la sensación de estar dentro de un baño de sangre, de mi propia sangre y salí súbitamente del baño.
Me puse mezclilla, unos tennis, una camisa y salí decidido a explorar la cloaca y tratar de descubrir el por qué de las leyendas, el miedo del pueblo, antes de que yo también terminara creyendo en todas esas supersticiones. Estaba seguro que solo se trataba de su aspecto macabro. Tomé mi mochila y salí a pesar de mis malos presentimientos que atribuía a una sugestión provocada por la extraña noche anterior.
Llegué a la cloaca dispuesto a realizar un estudio del suelo y comencé a internarme. Conforme avanzaba, la bruma se hacía más densa, el silencio ensordecedor y sentía la humedad en mis pies, después charcos. Hacía un frío cavernal que contrastaba con el calor que se sentía en el pueblo, debía de ser algún fenómeno climatológico bastante raro que provocaba esa variación tan abrupta. Todo estaba inmóvil y sin embargo se sentía una presencia entre los caducos árboles y el maloliente musgo. Sentía que alguien me estaba observando, de pronto el crujir de la madera de los árboles inertes sin el verde característico. Una brisa fría me estremeció y un olor a podrido que traía el ambiente me hizo querer volver. Saqué un tubo de ensayo. Comenzaba a tomar una muestra de un charco cuando sentí un golpe en la espalda que me tiró de frente al agua. Me incorporé rápidamente pero no vi a nadie; el crujir se hizo intenso y los árboles parecían cerrarse sobre mí extendiéndome sus ramas como si quisieran agarrarme, corrí con dirección hacia el pueblo y me dio la impresión de escuchar unas risas tras de mí, pero no tuve la cordura ni la valentía de volverme para averiguar.
Llegué al pueblo y me senté en una banca de la plaza principal. Había algunas personas pasando con ese aire de indiferencia. Pensé en lo ocurrido y decidí dejarlo todo y mandar a la chingada el proyecto porque ya estaba comenzando a afectar mi sanidad mental. De pronto, vi a Mabel tras el kiosco observándome, me incorporé rápidamente y me dirigí hacia ella, pero al acercarme, al distraer la mirada ella desapareció. Decidí regresar a la posada, el sol brillaba en lo alto y su luz me deslumbraba molestándome de sobremanera.
Pedí a Pancho una cerveza y mientras la bebía le pregunté por Mabel y en donde podría encontrarla. Me respondió que en el pueblo no había nadie con ese nombre. Tomé otro trago mientras se la describía, su rostro palideció y le pregunté:
-¿Qué le pasa don Pancho? Parece que vio un muerto.
-Usted es el que anduvo con un muerto anoche, le advertí que no saliera.
-¿De qué habla?
-Esa mujer, la que me describió, no es de este mundo, es de ultratumba. Se alimenta de sangre joven cada luna llena y cuentan que se roba jóvenes; usted tiene mucha suerte de estar vivo. Fue cuando aquella zona se empezó a podrir cuando apareció aquella “dama”, muchos hombres quisieron conquistarla, algunos nunca se volvieron a ver. ¡Desaparecieron! Y los que tuvieron suerte huyeron clamando piedad a Dios, sufrían dolores intensos y la expresión de terror jamás abandonó sus rostros. Muchos se suicidaron, y de los que huyeron jamás se volvió a saber nada de ellos, le cuanto esto porque un sobrino mío desapareció. Mientras la cloaca crecía, la alegría del pueblo se extinguía. Esa muchacha es un monstruo, una criatura de la noche, váyase del pueblo amigo, váyase ahora que aún es tiempo, después no habrá vuelta atrás. Decidí seguir su consejo, pero primero tenía que descansar. Tomé la decisión de salir al día siguiente y subí a dormir.
De pronto, me vi navegando sobre una canoa, Mabel parada en un extremo dirigía la nave, era un lago con aguas tranquilas pero lleno de neblina, en la orilla había unos entes o seres deformes bailando alrededor de una fogata enorme de la cual las llamas parecían estar enojadas, no podía ver con detalle las figuras danzantes, Era como una espacie de ritual satánico. Los seres eran contemplados por un ser majestuoso pero horrible de ojos desorbitados y vidriosos, grandes colmillos, sin cabello, su piel era de color grisáceo, estaba sentado en un trono enorme de piedra con figuras demoníacas esculpidas a los lados. Llevaba el torso desnudo mostrando una poderosa musculatura, mediría unos tres metros de alto, comía carne cruda al tiempo que se carcajeaba. Preguntaba a Mabel quien era ese monstruo mientras veía su capucha que envolvía su rostro en una sombra impenetrable. Preguntaba que es lo que pasaba cuando levantó sus brazos al cielo y lanzó un grito desgarrador, se descubrió la cabeza y me gruñó mostrando unos colmillos afilados y un rostro aterrador que se me acercaba peligrosamente.
CAPÍTULO IV
Desperté. Todo había sido un sueño. Una pesadilla de esas que entran en tu psique cuando este ha sido marcado por acontecimientos que bien podrían pertenecer al mundo onírico. Para un ingeniero como yo, era demasiado para mi lógica. Encendí la lámpara y noté gotas de sangre en mi almohada, me incorporé y no pude evitar notar que el espejo estaba quebrado. La luna resplandecía y la sombra del marco de la ventana se proyectaba contra la pared de la habitación en forma de una cruz invertida. Sentí que era demasiado tarde para irme.
Me di la vuelta y traté de conciliar el sueño, había dormido toda la tarde y mi intención era dormir toda la noche ya que me sentía drenado mentalmente y fatigado físicamente. Estaba empezando a quedarme dormido cuando sentí que alguien se sentaba sobre la cama, yo le daba la espalda pero sentí el peso del cuerpo sobre el colchón. Yo no me atreví a voltear, sentí que se me helaba la sangre y se me paralizaba el cuerpo. Entonces me pareció escuchar la voz de Mabel que me decía suavemente: “ahora estás conmigo, no tengas miedo, solo déjalo fluir”.
Poco a poco la sensación fue desapareciendo, me incorporé, encendí la lámpara y prendí un cigarro. Noté una vez más el espejo quebrado, pensé en que sería el espejo quebrado de mi imaginación. Estaba muy confundido, no alcanzaba a comprender que estaba ocurriendo, todo había pasado tan rápido, yo siempre había sido escéptico a lo sobrenatural, pero por más vueltas que le daba no encontraba una explicación lógica. Tal vez me estaba volviendo loco o el cantinero me había dado alguna droga muy fuerte y estaba alucinando.
Salí rumbo al zumbidero dispuesto a conseguir una respuesta o por lo menos una explicación. La luna llena aún resplandecía como dibujada en el tela negra del cielo. Pensé en las palabras de Pancho, pero debía dejar el nerviosismo atrás y averiguar que estaba pasando. Crucé el pueblo desierto, me detuve al pie de la Cloaca, respiré profundamente y seguí rumbo al “zumbidero”, pero al llegar no vi el letrero de luz roja. Al entrar no daba crédito a lo que estaba presenciando, el lugar estaba en ruinas, abandonado, lo único que alumbraba el interior era el reflejo de la luna que se colaba entre las ventanas rotas al igual que las mesas y sillas. Parecía que había estado abandonado por mucho tiempo. La idea de interrogar al cantinero bizarro se había ido al suelo.
Salí del local. Vi a Mabel que cruzaba frente a mí a unos metros de distancia, iba a llamarle cuando descubrí con horror que estaba flotando. “!Dios mío, no tiene pies! ¿Qué demonios es esto?”. Se detuvo y volteó hacia mí, la miré fijamente paralizado sobre la tierra, ahí estaba ella levitando, burlándose de la ley de gravedad, me hizo un ademán extraño y siguió su camino mientras se desvanecía.
Decidí ir a casa de Anastasio González, comencé a sudar copiosamente y el estómago me dolía como si lo estuvieran taladrando. Llegué con muchos trabajos a la reja que delimitaba la propiedad del presidente municipal. Los perros me bloqueaban la entrada, eran cinco doberman que ladraban y brincaban contra la reja tratando de reducirme a pedazos. Por fin salió un peón preguntándome que deseaba; le respondí con mucho trabajo que necesitaba ver al señor González urgentemente insistiendo hasta que guardó a los perros y me condujo hacia la sala de la mansión. Allí salió el señor González como diciendo “se lo dije”.
-¿Qué le pasa? Está usted muy pálido, se me hace que está enfermo, le dije que no entrara a la cloaca, a lo mejor pescó una enfermedad rara.
-Ayúdeme por favor, cuénteme de Mabel, la mujer de negro, hábleme del “zumbidero”, de la cloaca, ¿Qué es realmente? ¿Qué es lo que pasa realmente en este pueblo?
Me dejé caer sobre su cuerpo, las fuerzas me habían abandonado, me arrastró hacia un sillón, mandó pedir una cobija, avivó el fuego de la chimenea que yo creía innecesaria en este pueblo, nos sirvió una copa de brandy y comenzó a hablar.
-Todo comenzó algunos años atrás, este era un pueblo tranquilo pero lleno de vida, yo recién había sido electo presidente municipal, el pueblo comenzaba a crecer y a prosperar, el progreso estaba llegando hasta aquí. Pero una noche yo estaba leyendo sentado donde está ahora usted sentado, leyendo con mi copita de brandy cuando de pronto los perros comenzaron a ladrar y los caballos alborotados corrían bastante asustados, me levanté tomé mi rifle y salí a ver lo que ocurría, cuando vi en el cielo una luz que caía, me deslumbró, me cegó por completo, era como un pequeño sol, después se escuchó un fuerte estallido como un trueno o como una bomba. Al día siguiente mandamos a 4 peones a que investigaran lo sucedido pero jamás regresaron. La verdad es que preferimos no enviar a nadie más y el pueblo decidió olvidar aquel incidente, pero desde ese día la zona se empezó a podrir ganándonos terreno.
-¿Qué pensó la gente de ello? ¿Por qué no mandó pedir ayuda al gobierno?-interrumpí con voz quebrada.
-Ja, el gobierno nada mas nos quitaría el pueblo y a lo mejor hasta nos aniquilan después de experimentar con nosotros. Mucha gente piensa que son brujas que vuelan en bolas de fuego y que vienen a llevarse a los niños, los más cultos dicen que es un meteorito que trajo una plaga cósmica. La verdad es que la cloaca fue aumentando y el progreso del pueblo se detuvo, la mayoría emigró y otros se aislaron por completo. Solo los que queremos al pueblo como yo nos quedamos-agregó guiñándome el ojo.-después apareció esa mujer atrayendo aventureros y conquistadores de rancho, pero también sembró miedo y dolor.
-¿Qué hay del zumbidero?
-Esa es una cantina que ya lleva tiempo abandonada, el cantinero y todavía dueño del inmueble fue una de las conquistas de tu amiga, desapareció sin dejar rastro.
-pero yo estuve allí, yo vi al cantinero, yo tomé, todo era real. Escúcheme, yo estuve allí.
-Amigo, yo creo que está en graves problemas, creo que fue víctima de aquella mujer y la verdad no sé que decirle, pero le esperan tiempos difíciles e inesperados, ahora si me disculpa me retiro a mis habitaciones, siéntase como en su casa y descanse que lo va a necesitar.
Subí con trabajos y entré en la primera habitación que encontré y me acosté en la cama, mi cuerpo estaba bañado en sudor y toda la habitación daba vueltas, sentía que mi corazón iba a estallar, todo mi lado izquierdo me hormigueaba, todas las imágenes de la pesadilla que vivía pasaban como cortos de una película. Por fin quedé inconsciente. La imagen de Mabel estaba clavada en mi mente como si tuviera clavos en mi cerebro.
CAPÍTULO V
Era un salón grande con mesas alrededor, mesas rectangulares, decoradas a la antigua con maneteles rojos y velas negras sobre candelabros barrocos. El techo estaba bastante alto y del centro colgaba un candelabro impresionante lleno de velas en cuya parte baja tenía esculpidos una especie de ángeles demoníacos, yo llevaba un traje negro bastante elegante y daba vueltas en el centro de la pista, unos humanoides que se me figuraban unos maniquíes tocaban un vals oxidado, afuera se vislumbraba una tormenta por los grandes ventanales. El viento soplaba fuerte y producía un acompañamiento turbulento a la banda plástica. Yo parecía personaje de novela bohemia de alguna época remota de París, un forastero que llega a enamorar a la mujer más codiciada del pueblo que a su vez resulta ser la más misteriosa, al final tendría que pagar el precio del preciado trofeo. De pronto entró ella vestida de negro en un atuendo medieval coronado con olanes. Me tomó de los brazos y comenzamos a bailar una danza macabra a ritmo semi lento como dos enamorados condenados a vivir en una oscuridad olvidada por dios, de pronto comenzamos a girar y tenía la sensación de estar flotando dando tumbos por el espacio como si la gravedad solo fuera un concepto teórico del que me podía burlar sin compasión. La sensación de ingravidez me fascinaba, a pesar de no tener un control absoluto sobre mis movimientos que más bien parecían ser dictados por los ojos de ella. Un baile romántico en el sentía su cara demasiado cerca llenándome de un éxtasis exquisito, hipnotizando y adormilando todos mis otros sentidos. Hechizado en una danza sombría y hermosamente prohibida. De pronto, se escuchó un trueno que cimbró la mansión en la que bailábamos desafiando la lógica, nosotros regresamos al suelo y algo comenzó a golpear las ventanas como si cuervos extraviados ciegos de vida se estrellaran contra los cristales. Me dio la impresión de que estábamos siendo invadidos, la música distorsionó transformando los sonidos en chillidos emitidos por los instrumentos oxidados, los ojos huecos de los músicos se llenaron de vacío en unas expresiones acartonadas. Se levantaron confundidos como mirando a su alrededor mientras los golpes aumentaban de fuerza y ruido. Yo sentí que todo me daba vueltas como si fuera trepado en un carrusel del infierno. Mabel entonces desaparecía flotando espectralmente contra una pared mientras las ventanas se quebraban haciendo volar los cristales rotos por toda la cámara. Sombras comenzaron a caer sobre la habitación y yo tirado en el suelo escuchaba los truenos y más cristales romperse, todos mis nervios se crisparon al igual que todos mis vellos que ahora parecían púas metálicas. Asumí la posición fetal sintiendo unas garras frías sobre mi espalda y cristales helados y punzocortantes sobre mi piel, algo me levantó por los aires a una velocidad asombrosa; traspasamos el techo que ahora se desmoronaba ante la embestida de estos atacantes infalibles, yo sentía que me perdía entre la tormenta que ahora mojaba mi rostro, trataba de ver que cosa me tenía agarrado surcando los cielos verticalmente pero no podía ver nada, todo se me escapaba, solo sentía agua fría y neblina a mi alrededor, me costaba trabajo respirar y me parecía escuchar los susurros de Mabel entre el cortante viento. Entre la oscuridad sentí que empezaba a caer como si la gravedad hubiera tomado venganza y me empujara hacia abajo con el doble de velocidad rompiendo el aire, las nubes y la lluvia. Ya nada me sostenía y caía irremediablemente rumbo a las ruinas. Repentinamente el suelo. Sentí una bofetada y desperté mojado en sudor y perdido en un mundo que ya no me era real ni mucho menos mío. Estaba perdido entre dos mundos. El suyo y el de ellos.
CAPÍTULO VI
Esa mañana bajé y traté de desayunar cereal con leche. Lo vomité sin ni siquiera digerirlo, sin pausas ni introducciones sobre la mesa del comedor. No encontré al señor González por ningún lado. Descubrí una nota deseándome suerte y ofreciéndome ayuda incondicional.
“Espero que su estadía en el pueblo sea placentera, no dude en pedirme lo que sea. Espero también que su nueva vida esté libre de culpas y dolor. Recuerde que la culpa es sólo miedo al castigo, pero que tal si no existiera ningún castigo?”
Salí de la hacienda, todavía estaba mareado y recordé que casi no había comido nada en los últimos días. El sol me molestaba muchísimo, me cegaba, el calor era insoportable, tenía ganas de arrancarme la piel. Sentí nauseas y vomité de nuevo, sentí que arrojaba todas mis tripas. El dolor era agudo y penetrante. Me desesperé, sentía una fuerte ansiedad al no saber que me pasaba, qué enfermedad me estaba comiendo por dentro. Caminé casi arrastrándome. Me sentía asqueado y nauseabundo, sentía que algo me iba a estallar dentro de mi cuerpo. Cruzar las calles polvosas fue tremendamente difícil, como si tuviera que haberlas cruzado después de haber corrido un maratón, deshidratado, deshecho, utilizando las paredes como soporte y muchas veces el piso que detenía mi caídas. Al llegar a la posada miré a Pancho suplicándole sin decir nada que me ayudara a subir para poder descansar en mi habitación. Una vez en la cama quedé inmóvil ya que todo movimiento me dolía, Pancho dejó la habitación llevando una cara de preocupación que me asustó más a mí. Me miró como si estuviera viendo a un desahuciado y se podía adivinar que él apostaba que esta sería la última vez que me vería vivo.
Traté de conciliar el sueño y pasé toda la tarde tiritando con la mirada fija en las figuras dibujadas por la madera del buró, tratando de convencerme que el malestar era pasajero y que en cualquier momento me libraría de él aunque fuera debido a la muerte.
Al anochecer sentí una mano fría que me tomaba del brazo y me obligaba a levantarme de mi refugio, levanté la cabeza y vi a Mabel, me sobresalté y me eché hacia atrás, tenía ganas de llorar de angustia, me volvió a tomar y no tuve fuerzas para resistirme; con el día se habían ido mis esperanzas. Me condujo entre las callezuelas hacia la Cloaca y empezamos a penetrar entre la humedad fría y espeluznante. Ahora mi cuerpo temblaba sin control y sentía que ya no estaba consciente del todo. De pronto llegamos a un claro rodeado de los pútridos árboles en donde estaba dibujada una estrella de cinco picos, un pentagrama hecho de un material que me pareció muy raro, era negro con el contorno blanco. Cuando me di cuanta ya estaba en el centro de la estrella, desnudo y desfallecido. Observé a Mabel de frente a mí, estaba desnuda, tras ella la silueta de un ser enorme, su sombra la cubría ocultando su desnudez y la sombra de su cabeza me tapaba a mí. Era muy parecido al ser de mi sueño. Mable comenzó a hablarme:
-Ahora formas parte de nosotros, nuestra raza viene de un lugar lejano del cosmos, somos fugitivos de otro mundo, nos alimentamos de ustedes, durante siglos muchos de los nuestros se han refugiado en este mundo, muchas leyendas se han construido en torno a nosotros, muchas veces llamados vampiros. Nosotros tenemos el poder de desafiar la gravedad, de levantar a los muertos y de burlar la muerte, de esparcir la plaga y nuestro virus, de envejecer 10 veces más lento que un hombre, de tomar varias formas y ahora todo eso estará a tu disposición, ahora formas parte de nuestro ejército-levantó la voz en la última frase y lanzó una carcajada que contrastaba con el tono de su voz.
No sé a ciencia cierta a que hora perdí todo conocimiento. Pero cuando me reanimé estaba solo en la cloaca y los molestos rayos del sol se colaban entre las ramas.
CAPÍTULO VI
Salí de la Cloaca al atardecer, todavía no comprendía bien lo que estaba sucediendo. Tenía algo que se podría llamar una confusión cósmica o confusión psíquica. Llegué al pueblo y lo noté más árido y desolado que de costumbre, el aire soplaba con fuerza y levantó una nube de polvo que no me dejaba ver más allá de un metro. Alcancé a ver la hacienda y me pareció sin vida, caminé hacia la plaza y todo estaba tan solitario. Solo, ahora todo está perdido, aferrado a un recuerdo que cada momento se hacía más lejano. Parecía que eran como las seis de la tarde; todo estaba en ruinas, el pueblo parecía abandonado, las casas derruidas, debía haber estado en la cloaca por algunos días. No sé a ciencia cierta en que momento morí. En que momento de aquella tormentosa noche había muerto o tal vez ya había muerto desde la anterior o a lo mejor ya había llegado sin vida a este pueblo inmundo. Me senté en lo que quedaba del kiosco, sólo escuchaba el sonido del viento y me solté a llorar, a gritar, a lamentarme.
Comencé a pensar en lo que me había convertido realmente, “ahora soy un monstruo, un muerto que camina, una leyenda, ahora ya no existo para la gente, me siento tan solo, abandonado, miro alrededor y no queda nada, sólo mis lágrimas sobre el polvo, quiero mi vida anterior, quiero que todo sea como antes, ahora nunca volveré a ver la luz, el sol, el día, ahora todo será sombras, oscuridad, sólo la luna y la noche.
Está empezando a caer la noche sobre mi noctívaga presencia mientras escribo estas líneas, ahora mi malestar ha disminuido considerablemente, trato de recordar cómo me metí en todo esto, cómo cambió mi vida tan repentinamente, pero todo se esfuma, se me escapa de mis pensamientos. Total, tengo toda una eternidad para reflexionar. Ahora sólo queda soledad, cenizas y miedo. Miedo, ahora la gente me tendrá miedo, tendrán temor de mí, ¡Bah! La mayoría de la gente pensará que no existo, que soy un mito. Me pregunto si algunos me perseguirán. Ahora que ha caído la noche todo está oscuro, sólo las estrellas agujereando el cielo me saludan. Mi malestar ha desparecido, me incorporo, me estiro y comienzo a caminar. Mis sentidos están agudizados, puedo ver perfectamente y distingo cada sonido, inclusos el ruido de las estrellas. Jamás me había sentido tan bien. Me siento mucho más fuerte. La pesadilla ha terminado, ya no hay dolor ni sufrimiento. Después de todo no es tan malo ser un vampiro o un alma vagabunda atrapada en este cuerpo ya muerto. Creo que voy a ir a buscar a Mabel, necesito que me enseñe algunos trucos y me guíe en mi nueva existencia. No me tengo que preocupar por trabajo ni nada de lo que pase en este maldito mundo, desde ahora para mí será una existencia alternativa, al margen de todo lo que suceda, sólo pensaré en divertirme. No creo que me cueste trabajo acostumbrarme a ser un vampiro, incluso me está gustando mucho la idea, ja ja ja ja...
OSWALDO PEREZ CABRERA
sábado, 31 de marzo de 2007
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