ALMAS VAGABUNDAS
Tal vez porque extrañaba caminar por los callejones no iluminados, tal vez porque los charcos apenas reflejaban un crepúsculo en medios tonos. Pero más bien era porque estaba buscando el mundo de las velas; aquel en donde se forma una procesión casi infinita de vidas perecederas esperando por el soplo eterno. Al final todo es porque soy un vagabundo imperial, tengo el alma rota y busco la redención en algún resquicio de la ciudad sudada. También es porque extraño tu aliento y las veces que respirabas el mismo aire que salía de mis pulmones y yo olfateaba los rastros de alcohol y tabaco que salían de tu interior. Simplemente porque soy un cazador de almas que se inmiscuye como un espectador dentro de los teatros particulares. ¿Hasta dónde puedo diferenciar cuando soy partícipe o sólo un testigo de los filmes de la vida? En algún rincón encuentro la forma de volverme ubicuo y puedo acariciar esta ciudad garabateada con tecnología y vestida en cuero negro con adornos color graffitti. Entonces todas las historias parecen converger dentro de mi psique y me siento como un semi dios que se distrae con cuentos prestados para poder disfrazar las carencias de su reinado. Entonces justifico a mi dios. Dentro del ghetto puedo ver las paredes manchadas de auras chiclosas, la velocidad de la mente se reduce por debajo de los límites permitidos y yo aprovecho para soplar algunas velas para ver los resultados de las acciones prepotentes dignas de los seres poderosos. Al sentir la tenue fragilidad de los hilos de la vida me espanto y retrocedo hacia un paraje más inofensivo. No sé por qué siempre me gustó la comida de los hospitales, tal vez porque allí podía ver algunas almas convalecientes tratando de decidir si cruzar la alambrada o seguir en alguna represión corporal, entonces yo puedo tragármelas y absorber sus historias como humo de cigarro. Mejor dicho inhalo el eco del humo sobrante cuando sus velas son extinguidas, ese último resquicio que me permite repasar las letras tatuadas en los pliegues del tiempo; entonces vuelo a velocidades extravagantes para aspirar los santos humos.
En las cavernas del mundo habitan seres que nos otean desde azoteas invisibles como esperando el momento de la catarsis, yo los he visto mientras me escurro por los pasadizos color sepia que se entreabren silenciosamente entre las partículas más livianas. Tienen un color enfermo que no corresponde a ninguno de los de aquí. Generalmente me escabullo a través de la dimensión de los espejos y ya de este lado el espejo del baño no se muestra tan cruel. Observo los cráteres de mi rostro apagado, como un mapa lunar lleno de árboles negros sin vegetación, como si fueran púas épicas levantándose para proteger el territorio de adentro, el que está más allá de la carne en el último resquicio de la privacidad. Pero, por lo pronto puedo pasar una temporada de 18 horas entre la normalidad de las caretas y tratar de plasmarlo en las letras de la historia.
OSWALDO PEREZ CABRERA.
sábado, 31 de marzo de 2007
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