El niño prodigio
Oswaldo Pérez Cabrera
El niño prodigio podía hacer cálculos matemáticos con una facilidad increíble, como si tuviera una calculadora impregnada en su cráneo. El niño prodigio no se alimentaba bien porque no había mucho alimento en donde le había tocado vivir, de hecho, dormía en una casa de cartón corrugada al borde de un desierto lleno de uranio. El niño prodigio sabía, sin embargo, que eso no duraría mucho y gracias a sus cálculos estadísticos sabía que moriría antes de llegar a la adolescencia. Fue entonces cuando llegaron los extraños. Él ya los había predicho. Había dicho en su lengua natal que la avaricia de unos pueblos iba a traer a unos uniformados ridículos que traerían más miedo y destrucción. Igual que su líder. El niño prodigio asombró a propios y extraños con sus hazañas mentales y se habló seriamente de exportarlo. Los uniformados se divertían con él a través de un intérprete que hacía algo de dinero extra con el fenómeno mientras él decía que de la tierra salían gases tóxicos. Él niño vaticinaba a los hombres de guerra cuanto tiempo iban a vivir dependiendo la cantidad de toxinas y radiación que había ya en el ambiente y las probabilidades de morir por una bala enemiga. Lo más sorprendente fue cuando empezó a hablar acerca de gusanos ínter dimensionales y la posibilidad de viajar a través del universo y tal vez, viajar a través del tiempo. El niño prodigio lo creyó posible. Todos, incluidos los hombres de guerra pensaron que algún día sería capaz de informarnos como viajar más allá de la velocidad de la luz hacia confines nunca antes vislumbrados por el hombre. Yo pensé que podría incluso ser milagroso porque estoy seguro de haberlo visto curar gente herida con el simple hecho de tocar y acariciar con sus ojos color desierto. Sacaba metal hirviente del cuerpo de los inocentes o a veces los dejaba morir sin mostrar misericordia, como si supiera si eran salvables o no, con el simple hecho de mirarlos a los ojos. Yo me preguntaba si este infante era capaz de leer los secretos entre la vida y la muerte. O si poseía algún tipo de licencia divina. La guerra es un asunto caprichoso y los destinos son distorsionados frecuentemente y con rapidez. Como podría alguien haberse imaginado que un piloto podría ser tan estúpido. Aunque el niño mismo había dicho en una ocasión que para ser soldado se necesitaba ser un poco bruto. Pero no al grado de tirar una bomba en una ciudad ya tomada matando soldados aliados y civiles. La bomba cayó hambrienta de sangre y con una fuerza devastadora. Ese día, en aquel desierto, el niño prodigio apenas la vio venir y no le dio tiempo de predecir en cuantos pedazos quedaría destrozado su cuerpo.
OSWALDO PÉREZ CABRERA
Vancouver 2004
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