La siguiente es una historia real, fue relatada por un investigador serio y resacatada de los anales del doctor Emeritus y Honoris Causa Sir Lord Herbert Cavanaught, estudiante incansable de lo paranormal y profesor de varias ciencias. Se afirmaba que dicho doctor tenía comunicación con los desencarnados y era uno de los conocedores de algunas prácticas herméticas vedadas para la mayoría de los mortales. Poseedor de secrtetos dignos de alquimistas oscuros. Fue una de esas comunicaciones la que nos hizo llegar esta experiencia traumática que debió haber sucedido a principios del siglo XX o finales del XIX en alguna región de la Gran Bretaña. Herbert ya desde entonces recomendaba cuidado al entrar en sus lecturas.
Un cierto caballero inglés se despertó súbitamente en un descampado cercano a su casa. Sentía sus pies hundidos en el fango mojado y la lluvia que le resbalaba por su cara. Sintió algo de frío e incomodidad por estar de pie a la intemperie. Le dio coraje consigo mismo por haberse permitido estar en esta situación. El sonambulismo es un fenómeno difícil de explicar como muchos otros sucesos que acontecen en nuestro universo, algunos incomprensibles para la mente humana. Para este caballero británico, el estar en medio de un torrencial aguacero en el cenit de la noche era algo impensable. Se preguntó que cómo era posible que su fiel esposa no le hubiera detenido al verle dejar el lecho, sus aposentos y la casa en medio de una tormenta otoñal. Su caminar se hizo lento, sintió sus ropas rasgadas y adivinó el contorno de su casa entre las copas de los árboles que ya perdían su follaje. Se dirigió buscando el destello del fuego agonizante de su chimenea que se colaba entre las ventanas cerradas. Como una lucíernaga entre el humo de la noche. La luna a veces se dejaba mostrar entre resquicios de nubes negras apenas para dejar ver la pared de agua que castigaba el Estate.
Cuando se acercó a su casa se dio cuenta que la lucíernaga no era el resquicio el fuego de aquella velada, sino una vela que ardía pintando de naranja la habitación nupcial en donde su compañera leía absorta. Sintió aún más coraje al verla desenfadada a pesar de tener su ausencia a su lado. ¿por qué no se preocupaba su mujer por los destinos de su cónyuge? ¡qué afrenta! –pensó- mientras acercaba su cara al cristal perlado mirando fijamente dentro de la casa, con cierto aire de molestia. La mujer sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo, se sobresaltó al sentirse observada por algo que miraba desde fuera. La luna caprichosa se escapó de sus ataduras de los cúmulus congestus que arropaban el cielo para iluminar un poco la escenografía que rápidamente se convirtió en terrorífica. Nuestro personaje principal intuyó sin siquiera cavilar demasiado que las gotas de agua habían descompuesto su rostro reflejando un careto desconocido para ella, un intruso depravado que se cuela por la oscuridad. Inmediatamente trató de hacerse notar pegando más su cara al vidrio mojado e intentó sonreír sintiendo una mueca extranjera en su cara, no había reparado en la sensación extraña de su rostro.
Su mujer desgarró el silencio, sus gritos se escucharon por encima de los truenos. Él se comenzó a desesperar y trato de hablar sin conseguirlo. Golpeó la ventana tratando de parar el ataque de histeria que había provocado, el ruido seco de nada sirvió, su mujer frenética se refugió en un rincón encendiendo más velas como si la iluminación fuera un arma eficaz. Entonces él tuvo una visión curiosa; se fijó en su antebrazo que salía de sus ropas rasgadas, observó su hueso blanco carente de carne, sus articulaciones que hacían que sus manos temblaran, vio sus ligamentos y el brillo de su tejido oseo que salía entre su sábana hecha jirones. Su curiosidad se transformó en un horror indescriptible, consciente de su existencia, algo le pareció terriblemente mal. Entonces sin poder evitarlo, se difuminó hacia la nada siendo tragado por la oscuridad de aquella noche.-
¿Qué fue lo que hizo regresar a este aparecido al mundo de la carne aquella noche es un misterio para Lord Cavanaught, Para ser sinceros, ni él ni ningún mortal sabrá lo que pensó y lo que sintió aquel muerto viviente en su efímera visita. La mujer pocas dudas tuvo después de la identidad de aquel aparecido. La calaca sonriente que tocó a su ventana no podría haber sido otro que su marido que tenía ya varios años de muerto, quien regresó de ultratumba de alguna forma para pegarle una visita que no sabremos si fue infernal o celestial. Él se unió a la legión de los aparecidos que por motivos desconocidos no encuentran paz después de la muerte y vienen a inquietar a los que nos quedamos de este lado del espejo.
Oswaldo Pérez Cabrera
domingo, 9 de marzo de 2008
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3 comentarios:
Ya, real, claro.
su puta madre, no sé si será real, pero está muy bueno, hasta me dio miedo
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