La musa masca chicle.
Escupo el chicle al cual se le ha ido el sabor, lo pateo antes de que toque el mugriento suelo. Aún queda algo de su aroma en mis labios. Las caras de las mujeres cambian cuando se está cerca, muy cerca, dentro del límite preconcebido; dentro de esa zona a la que generalmente casi nadie penetra. La zona de confort o de seguridad; cuidando que no seas invadida por cercanías en la privacidad espacial de tu rostro mutable. Hacer un close up a tus imperfecciones faciales, saborear la comisura de tus labios. A tu lengua nunca se le irá el sabor. Se quedará recordado en mi saliva.
El chicle se convertirá en parte del cemento, una mancha llena de mierda de la ciudad, moretones del tiempo, pecas citadinas, fósiles plásticos, la cultura del caucho y la necesidad de escupir.
Los hoyos de tu sonrisa, la profundidad de tus ojos, la sombra de tu alma y todas nuestras cargas colaterales. El momento de escapar se acerca, entre gases blancos y rupturas continentales nos vamos haciendo lejos. Ríos de sal dentro de tu zona privada. Más allá está; abajo el mar y arriba el cielo.
Vamos dejando huellas en forma de chicles mascados sobre los pavimentos de las ciudades y localidades por las que nos toca caminar. Vamos almacenando los fluidos de las fuentes vivientes en la que nos hemos convertido. Doblo la esquina sacando un cuadro de goma de mascar y me pongo a rumiar nuevamente a esperar que se pase la guerra y la tormenta, a esperar a que se le acabe el sabor y a que te conozca, futura fuente deliciosa.
Oswaldo Pérez Cabrera
domingo, 16 de diciembre de 2007
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